lunes, 2 de abril de 2012

Me envolvía en su dulce melodía.

El sonido del mar, las olas, los pájaros que revoloteaban alrededor de una palmera, la risa de un niño que corría contento por el paseo con su bicicleta, la discusión del vecino hablando por teléfono, las niñas jugando a pintarse la cara y hacerse mayor y...escuchaba un sonido enternecedor, que reconocería en cualquier lugar y momento. Una melodía que endulzaba al más agrío de todos, que me recogía como una madre a su hijo en su manta, que conseguía arrancar una sonrisa de la boca al más infeliz...