He naufragado en un mar que no tenía nombre y que estaba lleno de conchas y almejas que escondían en su interior personas y momentos que habían pasado por mi vida. Mi barco era inestable, navegaba sin rumbo esperando a que yo diera el primer paso de darle un destino seguro. Yo tan solo escuchaba el ruido atronador que los pájaros hacían en mi cabeza y me dejaba envolver por un millón de cosas que me impedían navegar. Pero dicen que el silencio es el grito más fuerte y entre el susurro del mar el silencio gritó y fue cuando mi cuerpo dejó de estar enredado por zarzales con espinas, cuando por fin cogí el timón y empecé a abrir una por una las conchas para ver qué y quienes navegaban conmigo. No me arrepentí de tirar algunas y dejarlas en el fondo del mar porque tan solo eran de esas conchas que pasaban y se iban con las olas. Tampoco me arrepentí de repetir con algunas, porque eran conchas que no quería tirar. Sí, quizás me hice astillas el corazón por tocar madera, pero ahora he aprendido a tocar esa madera y a navegar.