He dejado de confiar,de esperar cosas bonitas y de calentar la silla esperando que la gente venga y lo haga
todo. He preferido dejarme guiar por algún que otro consejo amistoso, pero sobre todo he preferido
escucharme a mí. Escuchar lo que quiero, lo que de verdad me hace
importante y lo que de verdad merece la pena. Escuchar a la gente que
hace música para todos, aunque sobre todo la hace para sí mismo. Y
es por eso que éstas líneas me piden a gritos que debo agradecerle
a la música todo y más. Tendría que agradecerle no reprocharme
nada, el estar ahí incondicionalmente, el hacerme disfrutar lo más
grande, con la música he podido reír y llorar, saltar hasta sentir
los pies cansados pero con más fuerza pisando que nunca y me he
dejado la garganta gritando lo que quizás llevaba tiempo esperando
para salir. Todo eso sentí entre mi primer barullo de gente,
buscando desesperadamente con la mirada la entrada de alguien que sin
quererlo al final de la noche nos iba a hacer a todos muy grandes y
que los solos del guitarrista desbordarían nuestra cabeza endulzando
nuestra parte más agria. Por eso hoy, mañana y siempre,
mil gracias a Melendi y a su equipazo, por que esa noche hicieron dar guerra.
(Y que tienes un antojo en lo más bajo de las espalda dónde pierdo la memoria.)