Salamanca, 7 de febrero de 2015
Queda apenas un mes para regresar a Granada y no he podido frenar las ganas de escribir una carta y mandarla desde aquí. Hacía tiempo que no cogía papel y bolígrafo y me sentaba en mi escritorio bien entrada la madrugada para escribir cualquier tontería, mientras la luz de la luna penetraba por la ventana. Desde que llegué aquí para empezar mi carrera de literatura, siempre me ha gustado este rincón de la habitación, dónde escribo y al girarme veo algunos de los libros de poesía y prosa que me pude traer conmigo. La primera vez que estuve en este piso fue hace ya 4 años y Ana, la chica que vive conmigo, es genial. Desde el primer momento nos hemos llevado bien, es muy simpática, alegre, inteligente, a veces algo cabezona, pero bueno, eso es algo que tenemos muy en común. Nuestros gustos son distintos, pero eso no me desagrada, ambas hemos aprendido un montón de cosas.
Mi tiempo aquí se acaba y me da miedo dejar tantos buenos ratos pasados en esta ciudad maravillosa. He hecho un millón de fotos, he conocido rincones increíbles, he visitado toda la ciudad y sus bares más escondidos; también me he llenado de música, pues siempre que podemos, Ana y yo nos escapamos a un concierto.
Quizás esta carta te pille por sorpresa, es normal, llevamos más de cuatro años sin hablarnos, pero recuerdo que los últimos días que hablamos nos dijimos, quizás falsamente, que a pesar de todo, cualquier cosa que necesitásemos, nos teníamos el uno al otro. Y bueno, no necesito ayuda, más bien necesito contar toda esta experiencia de mi vida a alguien confidente, alguien que me mire a los ojos cuando hablo, alguien que haya sido una persona especial, y como siempre que me preguntan por una persona especial mi cabeza une el concepto contigo, he pensado que no tenía otra opción; el receptor de esta carta tenías que ser tú.
Hace poco me acordé mucho de ti porque una semana festiva, Ana, unos amigos y yo fuimos a una playa de Galicia y lo pasamos genial. Jugamos al voleibol, dimos paseos por la playa, buceamos por unas zonas marinas preciosas e intentamos hacer windsurf, aunque eso mejor no lo nombro, ¡qué desastres éramos, nos caíamos cada dos segundos!
Bueno, que me voy del tema; todo esto me recordó a ti, porque cuando estábamos juntos hicimos algo parecido, un viaje que siempre tendré en mente y me gustaría repetir. En ese viaje, nuestra relación se afianzó y mi felicidad (supongo que también la tuya) estaba en uno de sus niveles más altos.
Siempre tengo en la mente el tópico literario de Horacio ‘carpe diem’ y por eso en cuanto supe que podía venir aquí, no lo dudé. Tú sin embargo, tuviste que irte a Italia por tus padres, y la verdad, qué suerte tuviste. Allí habrás conocido a mucha gente, habrás aprendido algo de italiano y por supuesto, te habrás empapado de cultura.
Nuestros caminos al igual que se cruzaron, se tuvieron que separar, eso supuso una gran tristeza para un alma solitaria como la mía. Hace poco mi madre me contó que habíais vuelto a Granada, y entre unas cosas y otras, creo que por eso decidí escribir esta carta que espero que entiendas a pesar de tanto tiempo.
He hablado mucho de mi experiencia por Salamanca, pero aunque no lo creas, no sabes las ganas que tengo de verte y que me cuentes cómo te han ido las cosas por Italia.
Como las cartas están para sincerarse, yo lo voy a hacer, y es que desde que no tenemos contacto ni hablamos yo me siento muy perdida. Aunque ha pasado mucho tiempo y cada uno hemos rehecho nuestras vidas, yo sigo teniendo una espinita que quería quitarme. Gracias a esta ciudad y su gente, me he sentido muy querida, pero hay vacíos que no se pueden llenar tan fácilmente. Echo de menos hablar por teléfono, gastarte bromas, los paseos nocturnos, los viajes improvisados, los regalos cualquier día del mes, las risas que hemos compartido y tus visitas sorpresa llenas de besos. Contigo la vida era relativamente fácil, pues las personas siempre necesitan un apoyo moral, da igual que tipo de relación sea, y tú eras ese apoyo incondicional que siempre agradeceré.
No tengo ni idea de cuáles son tus pensamientos ahora, a lo mejor estoy escribiendo mil chorradas y tu ya estás ocupado en otras cosas. Ya sabes que yo siempre he sido, como dice Quevedo, una cobarde con nombre de valiente, y hace unos meses no habría sido capaz de enviarte esta carta, pues la cobardía y el orgullo no lo permitirían. Pero esta ciudad me ha enseñado muchas cosas, y una de ellas es que perder es un riesgo que siempre hay que asumir y no intentarlo es una opción que habría que descartar de primeras. Así que no sé tú, Álvaro, pero a mí me encantaría volver a pasear de tu mano por el paseo de los tristes
Nos vemos pronto, Ángela.
P.D: ¿Dónde están los besos que me debes?