domingo, 5 de abril de 2015

Estamos sentados en el sofá junto a la ventana, esperando con ansia que entre la brisa veraniega que nos haga esta noche más fresca. Son más de las doce, ya tenemos los pijamas puestos y hemos empezado una conversación nostálgica, acordándonos de cuando teníamos nueve años e íbamos de viaje; qué bien lo pasábamos. Tan sólo han pasado unos ocho años, pero eso a nuestra edad nos parece mucho.
La noche empieza a refrescar y cojo una manta, mientras, me cuentas lo bien que te va con esa chica tan estupenda que has conocido. No me extraña, eres un tipo atento, guapo, gracioso; seguro que no te costó mucho conquistarla. De repente se hace el silencio. Me miras y pasa un largo segundo hasta que me preguntas:
-¿Y tú?
-¿Yo qué?
-Con lo guapa y alegre que eres, ¿a quién tienes conquistado ya, eh?-mirada pícara-
Otra vez silencio, pero esta vez es un silencio exterior, pues mi mente acaba de poner en marcha su engranaje. ¿Que a quién tengo conquistado? ¿Yo? Yo a nadie. Siento decepcionar tus expectativas, bichillo, pero yo sigo siendo la niña que cierra los ojos frente al mar y no se deja engañar por ningún chico guapo y gracioso como tú. No es que no me gusten los chicos como tú, es que aún no he encontrado a esa persona que me regale paz y seguridad; la persona que me hable suave y me haga la vida más llevadera. La persona a la que no me importaría enseñar mi pose más ridícula, porque sé que se reirá conmigo. No. Aún no la he encontrado, o quizás sí y él no me ha encontrado a mí. O puede que no nos hayamos cruzado en el momento correcto. No sé. Mientras aparece o no, yo escucho tus historias nocturnas y me invento las mías. Es el papel que me toca, pero no me importa. Las noches así son bonitas y me hacen olvidar por un momento que soy un alma solitaria, nocturna y diurna. Tu compañía durante este pequeño instante me arropa, y no sé por qué, pero eso me hace feliz.

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